Hace un año dedicamos nuestra exposición a las fotografías antiguas que recogen los actos litúrgicos de la mañana del Domingo de Resurrección o Mañanica Pascua, sin duda, una de las más entrañables y multitudinarias, no solo de la Semana Santa, sino de todo nuestro calendario ritual.
Ahora queremos volver a mostrar imágenes históricas, igualmente familiares, de otro momento fundamental en este ciclo festivo que marca el fin del invierno: las tradicionales tardes de Pascua. Cuando las “cuadrillicas” salían (como ahora) alegremente al campo a “pasturar la Mona”, en una gran celebración campestre al aire libre, en contacto con una naturaleza primaveral, también resucitada.
Instantáneas en blanco y negro que a todos nos evocan momentos inolvidables. Aquellos tiempos en que se reunían todas las peñas de amigos en la plaza, para salir detrás del acordeonista hacia los caminos de Godelleta, Buñol y Cheste, saltando a la comba, volando el cacherulo y cantando la Tarara. Todos con ropa y zapatillas nuevas, las mozas, también, mandiles para disfrutar junto a la familia y los amigos y compartir esa “mona” típica de magdalenas, tortas cristinas, almendrados, “rosegones” o «empanaicas» de “moneato” hechas por las madres y las abuelas en el horno, los días previos al festejo. Instantes especiales , aunque en ese momento alguno se enfadara cuando se le “esclafaba” en la frente, como era tradicional, el huevo duro que llevaba el pan quemado.
Todos de estreno en esta festividad pródiga que continuaba a la vuelta del monte, cuando se iba a ala Feria, a cenar en cuadrilla y después “de bureo”, a bailar a la Mutua. Y que se alargaba, no solo a los tres días preceptivos, sino hasta el lunes siguiente con la festividad de San Vicente Ferrer. Precisamente, ahí se desarrollaban otros tres días festivos, celebrándose misa y procesión, en la que se daba la comunión a los enfermos y a los penados en la cárcel del “albercoquero” (“Comunión Pascual”).
Queremos, pues, mostrar de nuevo esas imágenes sensoriales que agitan nuestra memoria, recuerdos invisibles que nos acercan a nuestras raíces y nos concilian con nuestra comunidad; estampas monocromas que entrelazan sensaciones y contribuyen a enriquecer el significado de ese recuerdo, que le dan color y calor.
Centro de Estudios Chivanos (CECH)