*IMAGEN: Detalle boceto Monumento: In memoriam 11-M, de la serie: Sobre la violencia.
Los atentados del 11 de marzo de 2004 fueron una serie de ataques terroristas, perpetrados, por miembros de células o grupos terroristas de tipo yihadista, en cuatro trenes de la red de Cercanías de Madrid. Se trataba del mayor atentado cometido en Europa hasta la fecha, con diez explosiones casi simultáneas en cuatro trenes a la hora punta de la mañana (entre las 07:36 y las 07:40), y en él fallecieron 191 personas, y 1858 resultaron heridas. Este brutal atentado va a ser el detonante también para que Vicente Perelló La Cruz, inicie en su casa-estudio de la Loma del Castillo, una serie de obras centradas en el terror y la sinrazón humana, una lacra del mundo moderno que quiere denunciar. Su título será Sobre la violencia.
Nuestro escultor iniciará diferentes apuntes, el último gran episodio violento que, quizá por su cercanía o por el horror de la sangrienta matanza de inocentes, impacto especialmente en sus fibras sensibles. Debido a su fallecimiento, pocos años más tarde, solo llegará a materializar en gres el cuerpo principal de los tres de los que debía constar el proyecto, por lo tanto, será una de su última obra escultórica,
Así, en muchos de sus esbozos, veremos la figura de la madre, sujetando al hijo muerto, que se reproduce en el panel izquierdo, o llorando por él, como ocurre en el mismo panel central; también veremos el cuerpo sin vida de la víctima en algunos de estos dibujos que llevan por título Deposición. En este panel central, sobre la cabeza de la madre, aparecen las dos figuras enfrentadas, de rasgos bestializados, que simbolizan el enfrentamiento, la lucha de una civilización contra otra, de un pensamiento contra otro, una facción, contra otra; intolerancia contra intolerancia, barbaridad contra barbaridad, odio contra odio, fanatismo contra fanatismo; dinero contra dinero.
En los paneles de los lados, también se insinuarán estas figuras conflictivas, pero todavía más esquematizadas, apenas insinuadas entre un amasijo de formas que buscan la confusión, la sugerencia, la alusión. Su intención es resaltar ese desconcierto que provoca el terror y que tan patente aparecía en las imágenes televisivas del momento; pero también el embrollo informativo, la manipulación.
Si en lasección central aparece la figura de la madre ante el cadáver yaciente de su hijo, en las laterales, resaltará aún más las consecuencias de la catástrofe, muestra los cuerpos desnudos de los heridos que son sujetados por héroes anónimos, también despojados de ropa, para acentuar su desvalimiento, su fragilidad; para universalizar y acentuar la atemporalidad del eterno drama. Sólo las figuras femeninas, sin rostro, llevan un hábito que acentúa su ambigüedad, pues por una parte nos recuerda a la figura de la virgen, de la madre piadosa, de la plañidera enlutada, de la vestal salvífica, pero también a la Parca; como la Piedad de Ivan Mestrovic, como las figuras que sujetan el cuerpo del fallecido en los sepulcros de Victorio Macho (Precisamente Perelló era un gran admirador de la obra del escultor palentino, curiosamente, su último viaje, cuando ya se sentía morir, a finales de 2006, fue a Toledo a la Casa Museo de Macho, que ya había visitado en su juventud, concretamente en el viaje de estudios de su promoción), como el del Dr. Llorente o el de Tomás Morales. Esa ambigüedad se enfatiza con la acción de algunas de las otras figuras que mientras sujetan los cuerpos de los heridos parecen enfrentarse a otros seres también enfurecidos. Muestran, pues, su cólera y su misericordia a la vez.
En un mismo panel se observan las dos caras del hombre, del gigante Albión, su brutalidad y su solidaridad, la razón y la sinrazón. Es un monumento a la concordia, como la querella de la paz de Erasmo, donde canta su supremo bien. Esa paz que reclamó León Felipe, junto a la palabra, tantas veces, también, vejada con la retórica farisea del cínico y demagógico lenguaje político que tan crudamente satirizó Jonathan Swift. Aunque denuncia la crueldad del hombre, su carácter vengativo y traicionero; también, haciendo gala de su talante humanista, apuesta por él, por su dignidad, por la ausencia de conflicto. Como Tomás Moro, en su Utopía, rechaza la guerra que deja patente ese salvajismo al que “ninguna bestia se entrega con tanta frecuencia como el hombre”.
En la parte trasera del tríptico se puede observar, además de la parte posterior de los tres relieves antes mencionados,un par de figuras cuya disposición nos remite a sus Gritos, visualizando de alguna manera ese grito de protesta y esas manifestaciones que se dieron tras la masacre. Simboliza al pueblo que pese a ser castigado, pese a ser fustigado, se levanta y eleva su grito de lamento y protesta, pero también de esperanza. Es todo un relato de lo que se vivió en Madrid en esos adversos momentos. Estos dos hombres no están enfrentados, sino que están unidos en la lucha, unidos en sus reivindicaciones. Elige sólo dos por su valor simbólico, por ser la cifra de la alteridad, la pluralidad, la relación o el dualismo: la del yin y el yang, luz y tinieblas, gracia y pecado, la materia y espíritu, la de hermanos bien avenidos como los Dióscuros. Es, otra vez, la imagen del ser humano, capaz de superarse, capaz de seguir en su lucha por la armonía, por la solidaridad entre las distintas etnias, culturas o credos. Esa armonía, aparece resaltada por el ritmo ascendente de las formas de las figuras, por el equilibrio de sus volúmenes. Unas figuras que se agitan como un torbellino, que parecen danzar formando una simbólica espiral, al son de unos mismos acordes fraternales, hasta llegar a fundirse en una sola, a la unidad, al desarrollo del espíritu humano. Porque, en realidad, pese a lo que diga el dinero, solo hay una raza, una civilización, una religión, el ser humano.
Pero además de ser un reportaje social, un instrumento moralizador, civilizatorio (como el arte que reivindicaba D’Ors, basándose en la idea hegeliana del artista como trabajador espiritual), esta inquietante obra pone al descubierto la impronta psicológica de las situaciones colectivas sobre la realidad existencial. Muestra el drama vital y las cicatrices dejadas por su fuego. En un periodo de crisis espiritual y artística, las bombas de Madrid, serán un detonante para dejar hablar a su corazón, de exteriorizar su desazón, su dolor, su rabia, en unas obras que son capaces, a su vez, como las de Shakespeare de mover el ánimo, de hacer vibrar, llorar, temblar, al espectador, los tres requisitos que según Diderot eran imprescindibles en el arte moderno. A éstos habría que añadir otro: el de hacer pensar, algo que también consigue el arte de Perelló, capaz de agitar la razón. Al fin y al cabo, como señala Ovsianiko-Kulilovskii: “El arte es un ejercicio para el pensamiento”. Sus imágenes desgarradoras y misteriosas, demuestran su fértil imaginación, esa que según Eagleton es “la llave preciosa que libera al sujeto empirista de la prisión de las percepciones”. También de sus percepciones morales, pues también descansa en la imaginación la posibilidad de ponerse en lugar del otro (sentir como si se fuera el otro) en la que descansa el pensamiento moral”.
“Lo primero que se me ocurre es que así como la paz, el amor, la concordia nos mantienen en nuestra naturaleza y dignidad humana, así la discordia y la disensión no nos dejan ser hombres”. Luis Vives.
JCM
Centro de Estudios Chivanos (CECH)