Si el pasado 2 de septiembre inaugurábamos en Las Monjas la última de las exposiciones dedicadas a homenajear a nuestro fotógrafo Guillermo Alarcón Martí (1957-2019), ahora, es la Fundación Mediterráneo quién muestra su obra en Valencia, concretamente en el prestigioso Centro Fotográfico La Llotgeta; junto al mercado Central.

Si en Chiva la muestra versó sobre las imágenes de temática local, la que se inauguró en la capital del Turia el pasado día 2 (también) de marzo y se prolongará hasta 13 de mayo, está dedicada a una de sus series más emblemáticas, la que gira entorno a los procesos industriales.
En esta exposición cuyo título es: Industria pesada y producción de energía. Una mirada interior, podemos ver el gran interés de nuestro artista por captar románticamente esos restos arqueológicos que quedaron tras la reconversión industrial de los años ochenta, como recordó en la presentación en la sala su gran amigo y compañero de AGFVAL, Jesús Castro. Alarcón describe poéticamente estos espacios que captó magistralmente con su cámara, en blanco y negro, como “lugares callados en los cuales ha cesado el drama del trabajo por el pan nuestros de cada día. Entre el crujido de las vigas y el polvo apelmazado, el viento no encuentra obstáculos entre ventanas y puertas desvencijadas, a lo mucho, con su silbar, pone una nota de melancolía en un recoveco de un taller abandonado. Centrales eléctricas, naves, talleres, tolvas o lavaderos de material yacen vacíos de su capital. Las máquinas han desaparecido, subasta pública para enjugar las pérdidas millonarias acumuladas del negocio, a saber. Sólo queda parte de sus anclajes. Construcciones, espacios abiertos o confinados en el subsuelo, yelmos del tráfago humano que antaño con su algarabía, dieron color y sustento, en la actualidad, se precipitan a un “no ser”. El marco geográfico qué más da, Valencia, Alcoy, Sagunto, Cartagena o Murcia, las ruinas siempre son ruinas”…
En nuestro catálogo y en alguno de nuestros artículos, ya mencionamos su dilatada trayectoria artística y su interés por plasmar en su instantáneas la esencia, el alma, del paisaje, de ahí su dedicación obsesiva a la fotografía analógica y, exclusivamente, a la de blanco y negro, porque la monocromía, el juego entre sombras y luces en escala de grises pone un toque enigmático y hasta mágico. Las fotografías en blanco y negro tienen esa particularidad de capturar la esencia eliminando lo superfluo, de transmitir un mensaje atemporal, sugerente; de generar misterio. Tienen más fuerza y dramatismo, agitan la imaginación y apelan a nuestra parte más emotiva.
Así pues, el uso de esta técnica ofrece a nuestro artista la posibilidad de transmitir al espectador su emoción de la forma más pura, la mística de su mirada, su íntima relación con el mundo, con la naturaleza, con las gentes, con la vida. Y, en este caso, consigue humanizar esos recintos industriales vacíos, deshumanizados que a él le conmovían; esos espacios que Marc Augé tildaría de “no-lugares”. Los transforma en esferas cargadas de emoción, de nuevos alcances y significaciones, en lugares de memoria, como vimos, también en los mismos paisajes y retratos localizados en Chiva, de la última muestra, en septiembre, mencionada.
Desde el CECH, les aconsejamos, pues, que no se pierdan esta exposición pues las sugerentes fotografías siguen patentizando la visión entrañable de un gran fotógrafo, el alma de un paisaje inmortal y siempre misterioso, el de su propio Yo.
JCM
Centro de Estudios Chivanos (CECH)

