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La mili en el XIX: el impuesto de sangre de los pobres

Así se refiere al servicio militar obligatorio durante el siglo XIX Antonio Sánchez, historiador y miembro de la Guardia Civil, en el Diario digital: Benemérita al día. Un título que aprovechamos para hablar de esta polémica obligación, en muchas ocasiones dramática, como veremos a través de Vicente García Bosch; uno de esos jóvenes chivanos que hicieron la “mili” en ese adverso periodo decimonónico y cuyo historial militar rescatamos de entre los legajos digitalizados de nuestro archivo.  Uno de esos cientos de anónimos paisanos que fueron reclutados para formar parte del ejército permanente en nuestro país desde que se inició el servicio militar obligatorio en España, entre finales del siglo XVIII y el XIX, hasta que fue abolido, en diciembre de 2001.

En este expediente de Filiación al Cuerpo Nacional de ArtilleríaPrimer Regimiento de Montaña, se refleja todo su historial militar que va desde 1855 hasta 1863, fecha, por cierto, de su fallecimiento. Es un documento que se entregaba en el licenciamiento, en un tubo portadocumentos metálico que no ha llegado hasta nosotros. En estos ajados papeles, en primer lugar, aparecen diferentes datos personales como la fecha y localidad de nacimiento: 27 de julio de 1834 en Chiva; el nombre de sus padres (que nosotros podemos completar con los apellidos): Juan García y Alejandra Bosch Muedra (casados en 1819); su profesión: labrador; y otros datos relevantes, como su estado civil: soltero. También algunas de sus rasgos que nos indican, como dice el documento, una “producción”, un color y un aire “bueno”: el pelo es castaño, los ojos pardos (entre avellanas y verdes, como gran parte de su familia), la nariz, la frente y la boca tienen forma “regular” e, incluso, tiene una estatura elevada (teniendo en cuenta que la media en España, entonces, es de 1,62 cm, sólo dos centímetros más baja que la de los Países Bajos), variando en las diferentes mediciones que le hacen y reflejan en el documento militar, entre el 1,71 y 1,73 cm.

Además, se reseña que su religión es la católica y que pese a no saber leer ni escribir, este recluta, quinto por su pueblo (juzgado de primera instancia como se especifica en el pliego y perteneciente a la Capitanía General de Valencia), firma ocho años de servicio a la patria, a contar desde el 19 de abril de 1855; tal y como marca la Ley de Reemplazo del Ejército (por decreto y posterior sanción Real de 26 de junio de 1856. Ésta regula, entre otras cosas, que el servicio militar tenga una duración de esos ocho años en la Península y de seis en Ultramar, así mismo, obliga al alistamiento de todos los que cumplían los 21 años).

En este punto hay que apuntar que, en esta época, mandar a un hijo al servicio militar significaba que pudiera volver del mismo herido, lisiado o muerto, y ante esta perspectiva, las familias harían lo que fuera necesario para evitarlo, incluido pagar al ejército o a otra persona para ahorrarles este trance. Existía la facultad de poner sustitutos o, a partir de la ley de 1851, la redención en metálico mediante la cantidad de 6000 reales. Unas fórmulas de carácter económico o de exención que estarían en vigor hasta 1912; motivo por el cual la sociedad civil conocía a las quintas popularmente como el “impuesto de sangre de los pobres”. Mediante el pago de una cantidad de dinero, pues, se podía evitar el cumplimiento del servicio militar obligatorio y esto comportó una elevada conflictividad en la sociedad española de finales del siglo XIX y a principios del XX, debido a la enorme discriminación que suponían, ya que los hijos de las clases acomodadas mediante esos dos métodos se libraban del servicio militar. La generalización del cumplimiento de la mili también era injusto desde el punto de vista territorial ya que, en Navarra, Cataluña y el País Vasco el reclutamiento fue voluntario hasta 1833, 1845 y 1876 respectivamente.

En nuestro caso, García Bosch no provenía de familia pobre, sus padres tenían muchas tierras, pero no era el mayor de la familia y en esta época el sistema de transmisión de bienes característico estaba basado en el nombramiento de un heredero único. Era su hermano José quién heredó (por cierto, tatarabuelo mío) y, posteriormente, su hijo Vicente García Martínez (mi bisabuelo); aunque éste tuvo a bien repartir la herencia entre sus hermanos, con la complicidad de su esposa Concepción Paulo Segarra. Como anécdota, éste último, su sobrino (al que pusieron su nombre), no fue admitido en el ejército por su gran estatura; por lo visto era tan alto que no había uniforme a su medida.

Pero siguiendo con su historial militar, hay que señalar, como hechos más relevantes documentados, que será alta en la Segunda bateríade la Primera brigada del Primer regimiento de artillería en la plaza de Barcelona. También que, en 1856, es ascendido a cabo segundo y en 1858 a cabo primero. Así mismo, será nombrado sargento en 1860, por los méritos contraídos en la guerra en el actual territorio de Marruecos.

Es en 1859 cuando su compañía se une al ejército de África, participando en combates y acciones decisivas en la zona de Tetuán. Así, también será agraciado con la Cruz de María Isabel Luisa (que, en 1868, tras la revolución denominada Gloriosa, fue suprimida y sustituida por la Cruz de plata del Mérito Militar), pensionada con diez reales mensuales, por sus méritos en la acción de Samsa, el 11 de marzo de 1860; y con la Cruz de la Guerra de África, otorgada por Isabel II a aquellos que participaron en la campaña, según Real Decreto de 10 de mayo. Una contienda que finalizó con la Paz de Wad-Ras, el 26 de abril, en el que se declaraba a España vencedora de la guerra y que fue un completo éxito para el Gobierno español, aumentando su respaldo popular y levantando una gran ola de patriotismo.

Precisamente, hasta octubre Vicente permanecerá en Tetuán con licencia temporal, formando parte del ejército de ocupación de la plaza y lo hará haciendo parada en el hospital, ya que enfermó el día 3 de mayo.  En abril de 1862, en el campamento del Otero, en Ceuta, se reengancha por otros ocho años (parece que está bien físicamente) y el 17 de mayo regresa a Barcelona, donde, de nuevo, como había pasado anteriormente, le premiarán por sus servicios y por premios de constancia. Será en enero de 1863 cuando se registra su primera visita a casa, poco antes de morir (14-07-1963) por la enfermedad “del pecho”, no habiendo testado ni “recibido los sacramentos”, según parte dado por el capitán de su compañía. Por cierto, certifica y firma este historial el teniente coronel José Castro Correa y el coronel Gaspar Goñi Vidarte (1824-90), navarro ilustre, que llegará a ser teniente general artillero y caballero de la Orden de Carlos III.

Pero volviendo a la causa de la muerte de nuestro “protagonista” y teniendo en cuenta que, posiblemente, enfermó en Marruecos, tenemos que hacer hincapié en el gran número de soldados muertos por enfermedad, sobre todo en periodo de guerra. Por ejemplo, podemos reseñar que en la contienda que enfrentó al Reino de España con el marroquí de la que hemos hablando, nuestro ejército, estuvo formado por unos 45.000 hombres, falleciendo, desde octubre de 1859 a finales de mayo del año siguiente, un 9% de la tropa (4000 hombres); así mismo, resultaron heridos unos 5.000. De esta cantidad, un alto número de fallecimientos se debieron a la enfermedad del cólera (la estadística nos da 7 de cada 10 fallecidos). El servicio, y más el denominado de Ultramar, era, pues, una ruleta mortal, donde el enemigo no era una bala, la metralla o una cuchillada, sino las condiciones en que se desarrollaba esa larga milicia.

Junto a las víctimas directas de la guerra, que suele afectar más a la población civil que a los combatientes, causaban estragos la hambruna y las epidemias como la peste, el paludismo u otras como la del tifus exantemático, fiebre amarilla, cólera, etc.; también brotes de sarampión, viruela, gripe, escarlatina o difteria (“garrotillo”).  Al margen de los conflictos bélicos, este tipo de males se extendían debido al bajo nivel económico cultural e higiénico, de gran parte de la población; así como a la escasez de medios y médicos. Las enfermedades infecciosas eran, pues, las más frecuentes y mortales a principios del siglo XIX y la esperanza de vida en nuestro país entre 1860 y 1887 era de 29 años, justo la edad en que murió Vicente, enormemente inferior a la media europea.

Así, puede ser que el causante de la enfermedad del chivano fuera esa dura vida cuartelaría, llena de carencias y malas condiciones higiénicas y de hacinamiento en los acantonamientos en los que estuvo destinado: tanto en el de Tetuán como en el de esa otra ciudad portuaria y densamente poblada y, por ello, más vulnerable; Barcelona. En este sentido, quizá, la enfermedad “del pecho” a la que se refieren en su historial fuera la tuberculosis, caracterizada por fuertes ataques de tos; una de las enfermedades infecciosas más antiguas conocidas y más prevalente en el mundo. Ya Hipócrates definió la tisis como “una ulceración de los pulmones, tórax o garganta, acompañada por tos, fiebre, y consunción del cuerpo por el pus, y en el siglo XIX fue bautizada como la peste blanca, «mal de vivir» o «mal du siècle».

Sin duda, este soldado, otro de esos héroes anónimos que tanto le gusta reseñar a nuestro compañero David Mújica en sus ensayos histórico-militares, tuvo una “mili de las de antes; una dura experiencia en el ejército al que sacrificó su juventud y su vida. A su familia, desde luego, poco le reconfortaría la noticia que aparece al final del antiguo documento de Filiación, de siete páginas, de que se le concediera, tras su muerte, una nueva cédula del premio de constancia en forma de gratificación económica. Los tributos de sangre no tienen consuelo alguno, solo desespero.  

Valga, pues, este artículo, no solo para recordar las consecuencias de la guerra y la miseria, a través de un humilde paisano, sino también para animar a otras tantas familias que las sufrieron, a que nos cedan esos documentos, esos testimonios escritos u orales, para que sus historias, sus historiales, pasen a formar parte de nuestro archivo, de nuestra memoria.

JCM

Centro de Estudios Chivanos (CECH)

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