En artículos anteriores, y a colación de la actual pandemia, hemos ido destacando los efectos de distintas epidemias en nuestro pueblo, desde el siglo XVI hasta la actualidad. Sin embargo, no hemos hablado de la plaga del cólera que causó estragos en 1885. De hecho tenemos grabados testimonios orales de personas mayores que cuentan los efectos en la villa, sobre todo en zonas como la calle Mayor (actualmente C/ Dr. Lanuza), donde perdieron la vida numerosas personas o en la Cuesta de los Calvetes (actualmente C/ País valenciano), a la que se puso ese nombre en recuerdo de una de las familias que allí habitaban y que sufrió funestamente esa calamidad.
Ahora que estamos a punto de vencer al Covid 19, queremos recordar un artículo que publicó el cura Salvador Pons Franco en la revista Castillo en enero de 1963 (nº 11) y que nos parece muy esclarecedor sobre el trágico suceso mencionado:
El cólera de 1885 en Chiva.
Las personas que actualmente cuentan alrededor de ochenta años (que gracias a Dios en Chiva todavía son algunas) pasaron en su infancia por una criba verdaderamente pavorosa: la célebre epidemia de «cólera morbo» del año 1885.
En los archivos de nuestra Parroquia se encuentran los datos documentales, por los que podemos hacernos cargo de la trágica importancia de aquel trance que llevó al cementerio a millares de personas en toda España.
Por lo que respecta a Chiva, consta que desde el día 16 de junio del referido 1885 hasta el 10 de septiembre del mismo año, fueron prohibidos, para aminorar los riesgos de contagio, los acompañamientos públicos de los cadáveres que, por decreto oficial, eran enterrados rápidamente, sin ni siquiera pasar por la iglesia. Era entonces cura arcipreste de nuestra parroquia el prestigioso sacerdote don Romualdo Delgado Pelarda quién, después de regentar este pueblo durante muchos años, falleció en 1910, siendo enterrado en esta.
Posiblemente el primer contagio fue introducido en nuestra villa por una vecina del pueblo de Torres Torres: doña Josefa MestreBolós, casada, quién a pesar de su huida de su pueblo natal (donde el cólera hizo extraordinarios estragos) fue la primera en inaugurar aquí la serie del centenar largo de muertos habidos por cólera aquel verano.
He aquí el resumen de los que murieron en Chiva en el corto espacio de dos meses y medio:
Niños 37
Adolescentes 3
Casados 44
Viudos 15
Solteros 8
Total 107
(de los cuales 40 fueron varones y 67 mujeres).
El peligro debió de ser tremendo en todas partes dando lugar a escenas de pánico general, semejantes a las que describe Monzoni en su famosa novela «Los novios». La enfermedad era fulminante y consistía en unas diarreas incontenibles que rápidamente deshidrataban a los infectos. Su intensidad fue proporcional a los rigores del calor, alcanzando por tanto su virulencia en la canícula del verano, -segunda mitad de julio y primera de agosto- en cuya sola primera semana fallecieron nada menos que 36 personas, entre otros, don José Villar Roger, teniente del Batallón de Reserva en Chiva. El día peor de todos fue el cinco de agosto con ocho «fiambres».
Tan lúgubre epidemia se ensañó sobre todo en los organismos más débiles, mujeres y niños particularmente; pero puede decirse que no hubo estado, edad ni condición que no pagara su tributo de muerte al cólera; siendo especialmente elevada la mortandad entre niños menores de dos años, pues aún pasada la epidemia y, quizás como consecuencia de la misma, aún fueron cayendo niños y niños con disentería y gastroenteritis en las semanas siguientes, de tal manera que las quintas del cinco y seis serían después sensiblemente más reducidas. En fin, existen datos de que «como no hay mal que por bien no venga» la peligrosa epidemia produjo en todas partes una reacción religiosa y moral, mejorando las costumbres y purificándose los criterios. Quiera Dios que la sociedad de este recién empezado 1963 no necesite de semejantes purgas para encauzar la vida por los caminos del bien.
*Fotografía archivo Luis Fenech.
JCM
Fecha de publicación: 10/06/2021