Nuestros montes están llenos de rincones singulares por su gran valor medioambiental, geológico, arqueológico o simbólico; lugares mágicos como la Lándiga, Urrea, Oratillos, la cueva de las vacas o, el mejor ejemplo, la del Sapo, considerada todo un enigma.
Esta última gruta, en un lugar de difícil acceso, fue destinada a actividades rituales, por los poblados íberos de la zona, como nos desvela Sonia Machause en un artículo de la publicación Átame de 2014 (nº9). Un auténtico santuario que hemos mencionado en otras ocasiones y que es «una evidencia única, hasta el momento, ya que encontramos no sólo la ofrenda de cerámicas íberas con decoraciones cuidadas, fíbulas (los actuales broches e imperdibles) y apliques decorativos de bronce, herramientas y armas de hierro, entre otras cosas, sino que también se depositaron allí ofrendas de animales (ovejas, cabras y, sobre todo, ciervos) y, lo que es más inusual, restos humanos sin evidencias de cremación» (hay que recordar que el rito generalizado de enterramiento de esta cultura es la incineración, y no la inhumación).
De ella hablaremos más extensamente, porque en esta ocasión queremos comentar otro de esos numerosos y valiosos yacimientos de nuestro término, también envuelto de misterio: El Castillejo de Charnera. De éste, también publicó un interesantísimo artículo en la publicación aludida, pero de 2012 (nº 7) un prestigioso arqueólogo local Paco Blay. En él, nuestro paisano, destaca el carácter mágico de este recóndito cerro de nuestra sierra y la singularidad de los restos arquitectónicos que se adivinan. Pero lo que más nos llama la atención son los curiosos agujeros que se adivinan en la parte más elevada de lo que sería el poblado; unos pequeños hoyos, dispuestos en bandas paralelas. Unos huecos enigmáticos escavados en la roca a modo de tablero que, según este especialista, probablemente sean atribuibles a la práctica de un juego de azar.
Así pues, pese a que, en un principio, pudiera haberse relacionado a estos elementos simbólicos con cultos telúricos propios de este pueblo, todo parece indicar que, como insinúa Blay, tienen ese origen más lúdico. Incluso subraya que ese juego podría ser similar a uno que, aún hoy, se practica en el África subsahariana: el Awalé. Un entretenimiento de ingenio y cálculo muy antiguo, de los que parece que también les gustaba practicar a los íberos, que utiliza un tablero a manera de petroglifo, como el del Castillejo, pero labrado en la madera. Un esparcimiento que resultaría útil para alegrar las largas horas de vigilancia en esa atalaya espectacular, desde la que se divisa el mar.
Este descubrimiento singularísimo, hace de este yacimiento, un lugar, todavía más especial, único, pues parece que solo se han catalogado unos restos similares de la Edad del Bronce, en el Castell de Castro, en Alfondeguilla.
Desde luego, este rincón de nuestra sierra, con sus recónditas cuevas, sus farallones de formas sugerentes o sus sublimes miradores, es espectacular. Es uno de esos espacios fascinantes que nos rodean y que no dejan de sorprendernos y sobrecogernos; que hacen de nuestra sierra, ahora tan amenazada, el patrimonio más importante, sin duda, de nuestro pueblo.
*Fotografía: Cueva de Charnera.
JCM
Fecha de publicación: 28/05/2022