Contaban nuestros mayores que el último lobo de nuestra comarca fue abatido en nuestra sierra a principios de siglo; en concreto se trataba de una loba, a la que llamaban «Rabota», seguramente porque tenía mutilada la cola. De este hecho anecdótico solo tenemos testimonios orales, quizá solo sea una leyenda; pero lo que sí podemos constatar es que nuestros montes fueron habitados, no hace tantos años, por este hermoso y potente cánido salvaje que fue perseguido «a sangre y fuego»; ese «gran proscrito», como lo llamó su gran defensor, el añorado naturalista Félix Rodríguez de la Fuente.
Así, pues, en el Archivo de la Diputación de Valencia, encontramos un documento, fechado el 13 de mayo de 1847, en el que el alcalde de Chera, Ramón Gisvert, de acuerdo con los de Sot, Gestalgar, Siete Aguas, Bugarra y Chiva, solicita permiso para organizar una batida contra los lobos. Los regidores piden a la autoridad provincial que les autorice a organizar batidas «para exterminar los muchos lobos que transitan por aquellos términos causando perjuicios de consideración a los vecinos y ganaderos».
La respuesta de la «recién» creada Diputación, cuya función era y es contribuir a mejorar la administración de los intereses comunes de la provincia, será negativa. La administración alegará como motivo la prohibición estatal de este tipo de caza sobre estos animales, haciendo alusión al artículo 35 del Real Decreto de 3 de mayo de 1834: «Se prohíben las batidas animales de los pueblos bajo ningún pretexto, incluso al del exterminio de animales dañinos dejando este cuidado al interés particular de los cazadores».
De esta forma, el alcalde de Chera, en virtud de las quejas presentadas por varios vecinos ganaderos por los daños en la demarcación del municipio y limítrofes, contesta a las autoridades manifestando su voluntad de organizar una «ronda armada de escopetas a cargo de individuos del pueblo». Además, se compromete a avisar al resto de los municipios vecinos si hay necesidad de perseguir a los animales por sus sierras; también de señalizar los puestos que van a ocupar y el lugar donde concluirá. Un procedimiento que, al parecer, ya había seguido, el año anterior, el alcalde de Gestalgar.
Queda de manifiesto, pues que, pese la «relativa» protección que, por lo menos, desde tiempos de Isabel II, tuvieron éstas y otras «alimañas», las manadas de lobos fueron exterminadas, poco a poco y desgraciadamente, de nuestros montes. Y decimos «desgraciadamente», porque pese a reconocer que la explotación ganadera de estos parajes fue determinante económicamente en el pasado reciente, no está muy claro que el lobo ibérico, pese a su legendaria mala fama, pudiera ocasionar pérdidas considerables a este sector; ni siquiera que pudiera competir con la creciente actividad cinegética. Porque este animal, habitante antiguo de los montes de la península, se ha alimentado tradicionalmente, de ungulados añosos o enfermos, por lo tanto, esa era la limpieza natural, siendo una pieza importantísima en el ecosistema. Como nos demostró Rodríguez de la Fuente en esos programas de El hombre y la Tierra con los que crecimos, pese a la mentalidad popular, el lobo no es un animal fiero, cruel o sanguinario por naturaleza, sino que puede ser protector, fiel y pacífico: «El lobo cruel es un protector incondicional de los débiles; el lobo traicionero es capaz de morir por fidelidad; el lobo asesino es un cazador que mata para comer pero detesta la violencia».
Así pues, es una lástima no poder contar con este predador mítico en estos montes; no poder volver a oír el escalofriante y desgarrador aullido de la loba «Rabota», similar al que lanzó el lobo viejo, grande, majestuoso, que fue a despedir a Félix cuando fue enterrado en su pueblo: Poza de la Sal (Burgos); el último de los hombres de la llamada «estirpe» de los libres.
JCM
Fecha de publicación: 25/08/2021