La poderosísima e influyente casa de los Moncada, que poseyó el Señorío de Chiva, desde finales del siglo XIV hasta el XVIII, destacó en el campo político y militar, pudiendo citar, entre otros, al ilustre Hugo de Moncada (Chiva, 1476 – golfo de Salerno, 1528), general de Mar y Tierra y virrey de Nápoles y de Sicilia o en el campo religioso como, por ejemplo, el obispo Guillén Ramón de Moncada y Vilaragut (Chiva, Valencia, 1440 -Tarazona, 1521); pero, también, en el campo cultural y literario, como es el caso de otro Grande de España: Francisco de Moncada y Moncada (Valencia, 1586 – Goch, 1635), III marqués de Aytona, reconocido diplomático y reconocido historiador del Siglo de Oro, del que, como en el caso de los personajes anteriores, hemos hablado en otras ocasiones.
Pero, ahora vamos a hablar de los méritos no de un varón, sino de una dama de esta dinastía instalada en la Corte, cuya labor en el campo de las letras es más desconocida: Teresa de Moncada, VII marquesa de Aytona (Madrid, 1707 – 1756), primogénita de Guillem Ramón de Moncada y Portocarrero, que se casó, en 1722, con Luis Antonio Fernández de Córdoba, heredero del Ducado de Medinaceli.
Aunque no se dedicó a la escritura, gracias a Teresa y a sus inquietudes literarias y piadosas, se dio a conocer en España la destacada obra literaria de la escritora lusa sor María do Ceo (1658-1753), como señala Mª Carmen Marín Pina (Universidad de Zaragoza) en su artículo: La difusión de la obra de sor maría do Ceo en España a través de Teresa de Moncada, duquesa de Medinaceli: Redes femeninas y transferencia cultural en el siglo XVIII.
En 1745, en la Gaceta de Madrid, se anunciaba como novedad literaria la publicación de las Obras varias y admirables de la madre María do Ceo, a cargo del doctor Fernando de Setién Calderón de la Barca (Madrid, Antonio Martín, 1744), seudónimo del religioso agustino Enrique Flórez, reconocido historiador y erudito, autor, entre otras obras, de la España sagrada, y traductor que gustaba firmar, como en esta ocasión, sus trabajos con su segundo nombre y su segundo apellido paterno.
La obra es, pues, una traducción de diferentes libros de la abadesa del monasterio de la Esperanza de Lisboa, un convento de religiosas franciscanas de carácter aristocrático y con una gran actividad literaria. Por entonces la escritora lisboeta contaba con una dilatada carrera literaria y con una obra de carácter religioso muy variada, pues cultivó desde la hagiografía hasta el teatro, pasando por la fábula apologética, la novela pastoril, la alegoría moral o la poesía.
Si en tierras lusitanas la fama y prestigio de sor María es creciente, en España es prácticamente una desconocida hasta esta que se edita la publicación aludida, pese a que parte de su obra está compuesta en castellano. Y esta magna obra aparece dedicada por el P. Flórez «A la duquesa de Medinaceli», como puede leerse ya al pie de la portada.
La elección de tan insigne destinataria, como subraya Marín, «no es gratuita y encierra una historia de relaciones personales que supera los antagonismos intraibéricos y propicia la transferencia cultural». Existía, entre la madre y la duquesa, una gran vinculación afectiva, desde que la cortesana, atraída por la fama de la poesía religiosa de la abadesa, la visita en el monasterio lisboeta, como muestra el epistolario que se conserva. Ambas mujeres, se intercambiaron una nutrida correspondencia, durante unos nueve años (1738-46), que coinciden con el final de la vida de la octogenaria abadesa y los primeros años de casada de la Señora de Chiva.
Según la investigadora aragonesa para la abadesa esta relación podía reportarle un reconocimiento personal y literario más allá de las fronteras portuguesas, así como celebridad para su convento, debido a la influencia de la duquesa en la corte; y para la Moncada podía aportar una nota de distinción social al incluir en su círculo cortesano (como hicieron algunos reyes y otras mujeres nobles), una escritora religiosa de reconocido prestigio literario. Ésta sería -insinúa Marín- una de las razones por las que se convirtiera en mecenas y patrocinadora de la obra de la monja.
Aunque, aparte de la amistad que las unía, nosotros, podemos añadir, otros intereses devotos, ya que como se destaca en dos obras de 1756 (año de su fallecimiento) conservadas en la Biblioteca Nacional (Oración fúnebre en las solemnes exequias que sus criados mayores pusieron por epitafio al túmulo de doña Theresa de Moncada y Benavides Marquesa de Aytona en el Convento de RR.PP. Capuchinos llamado San Antonio del Prado de esta Corte y Declamación fúnebre, que en la parentación solemne, con que sus criados perpetuaron su lealtad, y honraron la memoria de Doña Theresa de Moncada Marquesa de Aytona, y Villa Real), entre sus aptitudes destacaba la veneración grande a todas las personas eclesiásticas y su interés por favorecer ese estamento, su patrimonio y su doctrina.
Parece que, además de con sus cartas y versos, la religiosa quiso honrar a su amiga con una biografía de la Madre María Helena de la Cruz, en el que, en una laudatoria dedicatoria, María do Ceo proyecta la figura de Teresa en una erudita antepasada suya, Leonor de Noroña, favorecedora del mundo de las letras. Un proyecto editorial que parece que, al final no se llevó a efecto. Sin embargo, sí es evidente, pues, su mediación para la publicación de la obra aludida, aparecida en 1744, de la que informa en alguna de sus cartas la noble a la religiosa. De ahí esa nota, que hemos subrayado, del P. Flórez, al principio de esos volúmenes que fueron difundidos con éxito en nuestro país; aunque, como lamenta Marín: «la figura y la intervención de Teresa haya quedado en la trastienda de esa simple dedicatoria».
*Ilustración: Escudo de armas de Guillem Ramón de Moncada.
JCM
Fecha de publicación: 27/09/2022