En nuestro último artículo hablábamos de la fama de la empresa Rigalt Granell y Cia y de su destacado trabajo en el templo de San Juan Bautista; además, lo finalizábamos lanzando una pregunta a nuestros lectores: ¿sabéis donde está situada la exquisita obra de estos talleres en nuestra iglesia?
Así pues, vamos a dedicar el actual texto a desvelar la ubicación y la importancia artística y simbólica de esta destacada creación artística. Efectivamente, como muchos han respondido, la vidriera está situada en la fachada de la iglesia, en el cuerpo superior, sobre la hornacina que cobija la escultura del bautista (titular del templo) y sobre el monumental frontón curvilíneo que se erige sobre la portada. Este ventanal está enmarcado por estípites sostienen otro entablamento que se curva ostensiblemente, igual que las cornisas y prolonga la continuidad decorativa y la verticalidad del conjunto.
Pero lo que más nos importa, además de su funcionalidad, iluminando la entrada al edificio, en este caso, es el delicado trabajo de la vidriera en la que se representa una Inmaculada, que vendría a complementar el meditado programa iconográfico contrarreformista, ejecutado por el pintor José Vergara, para la iglesia en el siglo XVIII. Un proyecto en el que, además de exaltar al titular, dando cabida a diferentes pasajes de su vida, se convierte en una apoteosis de la Iglesia triunfante que culmina en el rompimiento de Gloria en la bóveda del presbiterio, la parte más sagrada del imponente y singular santuario chivano. No es baladí situar a esta figura sagrada que asciende hacia lo alto, en la entrada del templo: el “cielo en la tierra». Una figura cuestionada no solo por los reformadores protestantes; no hay que olvidar la defensa que hicieron de la virgen en esta época los franciscanos, dentro de la larga controversia en el seno de la iglesia católica, sobre el dogma de la Inmaculada Concepción. Son famosos sus enfrentamientos con los dominicos, defendiendo a la “Tota pulchra”, como ser humano más perfecto, al ser concebida, desde el primer momento de su ser, sin el pecado original que mancha a toda la humanidad. Su devoción en la península y, sobre todo, en Valencia, fue decisiva en el proceso, que ganó, al final, esta doctrina y el culto a la Inmaculada Concepción fue proclamado dogma de fe el 8 de diciembre de 1854 por el Papa Pío IX.
Seguro que el arte contribuyó a esta difusión, paralelamente a los estudios teológicos; ya que, a partir del siglo XVII se produjo un esplendor artístico que se plasmará en multitud de imágenes de la Inmaculada que van popularizando, con pintores como Velázquez, Francisco Herrera, El Greco, Zurbarán, Ribera, Valdés Leal, Murillo o Rubens, entre otros muchos.
Como vemos en la vidriera, que fue restaurada, hace unos años, siendo párroco José Marcos, la iconografía de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción mostrará a María de pie, con los brazos extendidos o las manos juntas en oración, como la novia del Cantar de los Cantares, uno de los libros del Antiguo Testamento y del Tanaj; “vestida de sol”, como la describe San Juan Evangelista en el Apocalipsis: “Apareció en el cielo una señal grande, una mujer envuelta en el sol, con la luna debajo de sus pies y coronada con doce estrellas”. En este caso las estrellas han sido sustituidas por la propia luz lunar o solar que traspasa ese cristal, símbolo de pureza, nitidez, claridad y verdad. Fuente de luz que, como las estrellas, orienta al alma; la conduce a la entrada de los cielos.
De hecho, en el texto sagrado aludido, se compara a la Virgen con astros, como el “Sol”, la “Luna” o la “Estrella del mar; también como: como “Jardín cerrado”, “Fuente de los jardines”, “Pozo de agua viva”, “Olivo”, “Cedro del Líbano”, “Lirio que florece entre espinas”, “Rosa sin espinas”. Igualmente, se emplean otras metáforas como: “Espejo sin mancha”, “Torre de David”, “Ciudad de Dios”, “Puerta del cielo” … Los mismos atributos que vemos representados en el presbiterio (la parte principal del espacio sagrado) y que acompañaban la imagen de la Asunción, del antiguo retablo; también trazada sobre la figura del bautista que presidía el templo y ascendiendo hacia la “gloria” representada en la bóveda, en la que figuran todas esas figuras más destacas de la doctrina católica, de esa Iglesia victoriosa que hemos mencionado y que acompañan a la divinidad. Así, queda patente su papel, como madre, siempre mediadora; de intercesora entre la humanidad y la divinidad
Precisamente, otra imagen de la Inmaculada, de la que hablaremos más extensamente en otra ocasión, coronaba, igualmente, el retablo principal de la iglesia del monumental convento franciscano de San Luis Obispo (donde luego se edificó el Astoria). Una talla, ahora conservada en el sagrario de la iglesia que, seguramente, también estaría rodeada, como es habitual, por esos símbolos de las letanías que resaltarían su fortaleza, castidad y bondad. Esta figura manierista, compartiría, igualmente, características estéticas como la idealización del rostro o esa delicadeza de sus facciones, tan renacentistas; así como el movimiento, la agitación del pelo o de sus ropajes, propias del estilo barroco. Una dualidad (ese clasicismo-barroco) que vemos reflejada (debido a la época de construcción) en muchos de los elementos pictóricos o arquitectónicos de nuestro sorprendente templo.
Pero volviendo a la vidriera y para finalizar, hay que destacar el guiño de los artistas de Rigalt Granell y Cia a esos elementos barrocos e incluso rococós que ornaban el templo, como el marco que la enmarca (coronado por el cordero místico). Así, la figura de la virtuosa Virgen, rodeada, abigarradamente, de numerosos ángeles y angelotes, está encuadrada por una portada dorada y, también, profusamente decorada, enjoyada; y traspasada por esa luz espiritual que, como hemos insinuado, por supuesto, alude a lo más cristalino, inmaterial y elevado.
JCM
Centro de Estudios Chivanos (CECH)