En el número 10 de Átame, en 2015, Borja Martínez Senabre, escribía un interesantísimo artículo sobre la Nevera de Chiva (éste investigador es, además autor, de un ensayo más extenso sobre la misma construcción, ganador de los Premios Otoño del mismo año: La nevera de Chiva. Análisis y propuesta de intervención).
En él estimaba que la construcción de esta gran obra de arquitectura en seco que se alza en nuestra sierra, podría ser en torno a la primera mitad del siglo XVIII, y que podría haber estado activa hasta finales del XIX, «coincidiendo con el período de auge del comercio de la nieve y el hielo en el territorio valenciano en los que el consumo aumentó de forma considerable tanto por el crecimiento de la población valenciana como por la popularización del producto».
El especialista sugiere esta datación en base a un estudio comparativo con depósitos testigos homólogos, pues la única referencia documental que, en ese momento se conocía era el Plano geográfico del término municipal de Chiva. Instituto Geográfico y Estadístico (1903), que ya lo declaraba «pozo ruinoso».
En este sentido, otros estudiosos han llegado a cuestionar que esta edificación llegar a estar en funcionamiento debido a su gran volumen, ya que parece casi imposible que se sostenga, sin ningún tipo de argamasa su gigantesca cúpula, de la que solo se conserva su arranque. No hay que obviar que este monumental nevero circular, de gruesos muros, tiene 9 metros de diámetro y 9 de profundidad, con cerca de 500 m3 de capacidad.
Gracias a nuestras últimas investigaciones en el marco de la campaña de 2019 impulsada por el Ayuntamiento, podemos aportar un poco más de luz a estas hipótesis, ya que pudimos encontrar en el Archivo del Reino de Valencia, un legajo datado en 1739 sobre un pleito que entabla José Martínez con el Ayuntamiento de Chiva sobre «compra de un ventisquero de nieve».
Este documento demuestra la existencia de un comercio de nieve en nuestra población, haciendo referencia a un ventisquero, también llamado en nuestra zona cava, pozo de nieve o nevero. Deducimos que debe hacer referencia a nuestra nevera, único elemento arqueológico de estas características que se conoce en nuestros montes.
Éste es uno de los testimonios arqueológicos más fascinantes del antiguo aprovechamiento económico de nuestras montañas. Es, precisamente, a partir de los siglos XVII y XVIII, cuando se da el gran auge del comercio de la nieve, que perdurará hasta la difusión de las técnicas de frío industrial. La nieve se utilizaba con fines medicinales o gastronómicos y llegaba a alcanzar un alto precio. Así, nuestra Nevera, situada en uno de los puntos más altos de la sierra, almacenaría y conservaría la nieve caída durante el invierno y distribuirla durante los meses más calurosos. Además, como ha señalado el arqueólogo Paco Blay (Equipo Arca), que intervino en su restauración (2016), parece que formaba parte de una red de hasta 298 depósitos que se han documentado en el territorio valenciano.
Como ha reseñado este experto: «La forma circular, las gruesas paredes, la construcción semienterrada y el gran volumen, son factores decisivos a la hora de conservar el hielo. También contribuyen la cuidadosa colocación de la nieve, aislada de las paredes mediante paja o maleza y apisonada de forma que se facilita el rehielo y se elimina el aire. Es muy importante drenar el agua de fusión por algún sistema de desagüe en la base del pozo».
La Sierra de los Bosques o de Chiva, así como la zona de agrícola de pie de monte que la precede, guarda testimonios únicos de arquitectura vernácula de piedra en seco; verdaderas joyas, como nuestra Nevera, que nos ayudan a conocer nuestro pasado. Tesoros que es necesario preservar como parte indispensable del patrimonio cultural valenciano.
JCM
Fecha de publicación: 06/01/2021