Como hemos ido viendo en otros artículos, Chiva está llena de tesoros ocultos; también sus casas, que acopian sugerentes sorpresas. Este es el caso del chalet construido a mediados del siglo pasado en el Armajal, justo cuando dejaba de cultivarse arroz en nuestro emblemático humedal, junto a la más grande de sus balsas de riego, conocida por el Currito.

Ésta es una vivienda blanca no muy grande, de un tono regionalista, de moda en la época, como vemos en otras construcciones locales, como el espectacular pero mutilado y maltratado conjunto arquitectónico de la Casa Cuñat, hoy Casa de la Cultura. Fue erigida por Francisco Cañadas y su esposa Virginia García, chivanos afincados en Venezuela, que nunca olvidaron sus raíces y supieron transmitir su amor a su tierra a toda su familia.
Desde luego, a nivel patrimonial, lo que más nos sorprendió son los murales que decoran el salón principal, encargados por Cañadas al pintor local Manuel Mora Yuste, según nos desvela una de sus nietas. A éste le vemos en alguna fotografía en blanco y negro, con el hijo de Francisco (con gafas oscuras y pelo rubio) y al primo de éste: Narciso (con traje y corbata, al otro lado de Mora), que vivía en la calle Godella (actual San Miguel), junto a la desaparecida Carchata (en la que se alojaban en sus visitas periódicas a nuestra villa, antes de la construcción del chalet).
En estas siete escenas que encarga Francisco (que aparece retratado de espaldas, labrando, en una de ellas), aparecen algunos personajes ataviados con trajes típicos y enmarcados en paisajes de algunas regiones de nuestro país. Desde luego, tienen un sentido etnológico o folklórico; el artista intentaría plasmar de forma sintética, en un espacio limitado, unas pinceladas nostálgicas, una idea de esta tierra añorada por el emigrante que encarga el trabajo. Quizá el artista tomaría como ejemplo, entre otras, la obra de Joaquín Sorolla Las Regiones de España. Éstos catorce lienzos del valenciano que cuelgan en la Hispanic Society de Nueva York, fueron realizados, en 1911, y, aunque su estética evidencia una tendencia a la renovación de los lenguajes plásticos, todavía se acerca temáticamente los estereotipos del costumbrismo romántico.
En Chiva, también tenemos ejemplos singulares de este tipo de representaciones con temas regionales representativos, como los extraordinarios frescos que pintaron, en 1900, los afamados artistas Peris Brell y Ricardo Verde en la Casa de los Morales. Unos murales de los que hemos hablado en otras publicaciones, de claro aliento decorativo, en los que podemos ver escenas y paisajes de ecos poéticos de diferentes lugares peninsulares, incluyendo nuestra provincia y nuestro pueblo. Representaciones de un gran valor etnográfico, como las monumentales obras que el propio Mora pinta siendo casi un niño en el casino de la Sociedad de Socorros Mutuos (La Mutua), donde representa las cuatro estaciones del año; o en otras casas de la localidad.
Desde luego, los murales del chalet del Armajal, también obra de juventud de nuestro pintor (en los que aún no se reconoce su particular estilo) y muy bien conservados, parecen inspirarse en esa tradición que hemos mencionado; también en esas postales que circulaban en la época, con trajes tradicionales, escenas bucólicas o ritos de gentes y pueblos sublimados. Sería la plasmación de esa visión amable, idealizada, que pervive en la memoria del emigrante. De aquel que sabe que la dignidad está en la memoria; que siente nostalgia por su «matria», aquel «topoi eutópico, cargado de recuerdos, de presencias, de significados.
Para muchos, sobre todo para los que vivimos fuera, nuestro pueblo es el terreno ideal, empático, el que nos ubica y nos proyecta, nuestra referencia vital. Y en ese espacio significante, lleno de esperanza y de recuerdos, es el que Francisco eligió levantar su pequeño «almario», su particular homenaje. En este caso, esta arquitectura a la vera del castillo protector y en un humedal que evoca o, mejor dicho, evocaba, a la vez, el paisaje fecundo de su país de acogida, se convierte en un lugar de memoria, vivo, como el seno materno.
La casa de Cañadas, está cerca de la simbólica vía del tren y de la carretera al interior; pero también de las alfarerías. Es como un cántaro que refresca el agua de la memoria, como ese terreno arcilloso del Armajal, que contiene las embestidas de ese barranco turbulento que arrastra cualquier evocación, como las aguas del río Heráclito. Su salón se concibió como ese escenario gráfico sublime donde fluye la imaginación, la reflexión y la ilusión que reabre la tentación del pasado y del futuro; donde se edifica la utopía; metáfora y metonimia de la vida.
*Fotografías de la familia Serrano Cañadas.
JCM
Centro de Estudios Chivanos (CECH)





Fecha de publicación: 04/06/2022