En el último artículo, se alude a la presentación de la reciente publicación del CECH, el día 12 de enero en el Salón de Actos del centro Parroquial: Romance de las fatales desgracias ocurridas en la villa en octubre de 1776 y otras trovas y oraciones.
Como bien señaló Juan Carrión, el acto se segregó en tres partes, las mismas de las que se compone el libro. Mejías, el presentador invitado, puso incapié en la estructura y la forma del hallazgo y, el desconocimiento del autor, desembocó en un juego de investigación para los socios, que quedó como “tarea” de la presentación.
La segunda parte, que es en la que nos centraremos en este artículo, fue transcrita por dos socios, precisamente porque creíamos, que el carácter histórico y la crudeza de la narración, lo merecían. En esta parte del manuscrito, introducida por una nota del autor y sellada por él mismo (símbolo que nos aclaró Juan Mejías previamente), relata de forma detallada, lo sucedido en la madrugada del 23 de octubre de 1776; una riada de la que ya teníamos constancia. Además, aparecen anécdotas singulares de vecinos de la villa, que hacen que formes parte del acontecimiento en primera persona, compartiendo la angustia y desasosiego del trágico momento. Sin embargo, encontramos listas de datos, como las casas destruidas, que contrastan con las que tenemos en archivo, constatando su sentido hiperbólico.
En el proceso de transcripción, además de una buena y clara caligrafía e ínfimas correcciones o “fallos en la cohesión”, encontramos un evidente sentido poético. Pese a que el relato está escrito en prosa, en algunas partes, el autor aprovecha el marco que le ofrecen las páginas del diario para mantener la métrica y la rima de ciertas líneas, componiendo así un gran poema anárquico que comparte sin reparo la prosa y el verso, casi inconscientemente. Este es uno de los aspectos que pueden delatar la naturaleza del autor, al igual que la forma de mantener testimonios para recordarlos y transmitirlos.
Cabe destacar que, una de las dificultades en su lectura, es el singular uso de signos de puntuación, largas oraciones y ruptura del orden, en muchos casos, para propiciar la rima. A la hora de las transcripción hemos intentado no perder la esencia del texto, respetando estas particularidades del autor. Del mismo modo, la ortografía y la caligrafía tienen elementos que, a primera vista, nos llamarían la atención, pero reflejan la antigüedad del lenguaje.
Dicho lo cual, queridos lectores, les incitamos a experimentar un viaje en el tiempo con esta transcripción:
“Nueba relación y curioso romance en que refieren las fatales desgracias que sucedieron en la villa de Chiva causadas por un furioso diluvio que experimentó en la madrugada del día veintitrés de octubre del año 1776. Sacra Virgen del Castillo, Madre de Dios, Soberano amparo de pecadores y consuelo de las almas; a vos Reina Celestial os suplico me deis gracia para poder referir, en compendios palabras, la historia más lastimosa que hasta entonces vio la España, atención noble auditorio y con silencio escuchadla.
En el reino de Valencia, cinco leguas a distancia de su capital hermosa, y huerta tan celebrada, está la Villa de Chiva, de todos muy estimada por sus fértiles campiñas, sano clima y buenas aguas. Cerca de su población, hay una rambla, nombrada por el barranco del Gallo que, aunque seca, es extremada en sus grandes avenidas de turbulentas borrascas. Día veintitrés de octubre a las dos de su mañana del año mil setecientos setenta y seis. Contaban que, después de copiosas lluvias cuando todos presentaban el tributo al gran Morfeo y, descuidados estaban de semejante diluvio, fue tan grande la riada que la furia de tanta agua arrancó un grande nogal y se lo llevó consigo. En la puente que se hallaba con un ojo solamente, formó una parada y a entrar en la población su corriente fue obligada. Subió al agua por sus calles dieciséis palmos de vara, y consideren pues señores, las gentes quan asustadas estaban en un lance de tan furiosa borrasca. No hay lengua, que explicar pueda, tan inaudita desgracia, todo era confusión, lamentos, desdichas, ansias, exclamaciones congojas y voces tristes y amargadas. Unos, confesión pedían, porque la muerte esperaba, otros pasmados al ver el riesgo que amenazaba, al Santo de devoción con fervor se reclamaban; muchos quasi moribundos a sí mismos se auxiliaban, y algunos muy animosos por los tejados saltaban a socorrer a los vecinos que con su ayuda salvaban; infinitos perecían en las ruinas de sus casas. Con motivo de unas fiestas que la Villa celebraba por haberse concluido un templo de grande fama y trasladar al Señor, muchos huéspedes se hallaban y, algunos con sus esposas, fueron víctimas de agua. Un vecino y su consorte por el turbión caminaba y tienen suerte de asirse al barril de una ventana, desprendiose la mujer y al momento fue anegada. Otra mujer feneció bajando por una escala, sólo por el interés de coger unas alhajas. Una hermosa doncellita, durmiendo en su misma cama, se abrieron todas las puertas y al instante fue ahogada. Un maestro zapatero con sus hijos se hallaba, trabajando de su oficio el agua se lo llevaba y al pasar por una calle, les tiraron de una casa, una cuerda donde asidos de aquel peligro se salvaban. Y por fin un religioso, que por las aguas nadaba, le cogieron del cerquillo por una ventana baja. Este furioso diluvio sumergió doscientas casas, envolviéndose en sus ruinas muchos pares de labranza. Bueyes, cerdos y gallinas; dinero, muebles y alhajas. De muerte muchas gentes, con la ropa que llevaban, para cubrirse las carnes, únicamente quedaban. En aqueste mismo día, cuando las lluvias cesaban, tomó el cura el Santo Oleo y a toda presa se marchó a administrarles, a algunas, la extremaunción sacramental. Los padres de San Francisco, con un buen celo buscaban a muchos agonizantes para auxiliar sus almas, y con sus exortaciones, Santo consuelo les daban.
El número de personas de ambos sexos anegadas, setenta y seis se contaron, veintitrés las alisiadas y catorce moribundas, que con mucha pena alcanzan el extremo sacramento, porque al momento expiraban. Salieron a recoger los cadáveres que estaban en término de otros pueblos y partes extraviadas, y hallaron una mujer con una niña abrazada de su cuello, y tan fuerte, que no hubo fuerza humana para poder desasirla, y así mismo fue enterrada en la iglesia de Paiporta por estar muy inmediata. Mucha parte de las calles, intransitables se hallaban, por las grandes barranqueras que se hicieron de las aguas. De modo que se quedaron muchas casas descarnadas de sus profundos cimientos y sin poder habitarlas. Quedose, la población, del suceso amedrentada, atónitos sus vecinos sin saber qué les pasaba, y sin poder socorrerse porque todo les faltaba. Movidos por compasión, los pueblos de su comarca, al ver tan gran desdicha, enviaron muchas cargas de vino, aceite y arroz, harina, trigo y cebada, especialmente de Cheste, Buñol, Chulilla y Siete Aguas. El muy Ilustre arzobispo apenas supo la amarga situación y miseria en que dicha villa se hallaba. Remitioles tres mil duros, lienzo y paño muchas cargas, yeso, cal, atoba y teja muchísimas carretadas, por lo que a todos les dieron las más expresivas gracias. Todo el daño de las tierras, por peritos apreciadas, ascendió a las cien mil pesas, treinta mil el de las casas y más de cuarenta mil el de los muebles y alhajas; bestias, gallinas y cerdos y animal de toda casta, por ser la pérdida grande, no puedo ser numerada. Y por conclusión señores, no pudo persona humana, calcular tan gran desdicha de esta villa desgraciada. Dios que nos libre y nos guarde de semejantes borrascas. Y vos Virgen del Castillo, que sos de Dios destinada, por patrona de este pueblo y de todos Abogada: Rogad incesantemente al fruto de tus entrañas, que es Jesús Salvador nuestro, nos dé Su Divina Gracia para hacerte compañía en la celestial morada.
Amén.”
Marcos Gójski Saus y Mara Alcaide Gutiérrez
Centro de Estudios Chivanos (CECH)