En otros artículos hemos hablado de la figura única de Fray Jaime de Chiva; también en un monográfico que dedicamos a este ilustre franciscano, reproduciendo un texto reproducido en 1990 por el antiguo Cronista Oficial de la Villa de Chiva, Luis Pérez Díaz, en la “Crónica de la XVIII Asamblea de Cronistas Oficiales del Reino de Valencia”. Éste nos descubrió como nuestro paisano se graduó en París como Maestro en Teología y que fue un personaje muy apreciado por el rey aragónes Pedro IV “el Ceremonioso” y su primogénito, el infante D. Juan. Así mismo, el clérigo chivano fue Confesor de los Reyes de Sicilia, Don Martín (segundo hijo de Pedro IV de Aragón y Leonor de Sicilia) y Dña. María de Luna, cuando estaban en Aragón, de donde serían monarcas. Además, el Papa Clemente VII, le nombró Obispo de Siracusa, en 1388; aunque, debido al Cisma de la Iglesia, no pudo tomar posesión de esta Sede. El 7-7-1390, Clemente VII, por su bula «Sincerae devotionis», le concedió que continuase disfrutando de todos los privilegios que gozaba antes de su elevación al Episcopado; y el Consejo General de Valencia, en 6-5-1391, le nombró embajador suyo y de la Ciudad en la Corte de Aviñón, para tratar asuntos relativos a la controversia Luliana.
El texto de Pérez Díaz se completa con un apéndice documental, donde se detallan los documentos referentes a ellas que el investigador recogió de los trabajos del P. Fr. Andrés Ivars Cardona, OFM, publicados en el “Archivo Ibero-americano”. Unos documentos cuyos originales localizamos, desde el CECH, en el Archivo de la Corona de Aragón (ACA) y el Municipal de Valencia (AMV), consiguiendo su digitalización para nuestro archivo.
Algunos de estos documentos muestran las recomendaciones del rey Pedro, Conde de Urgell y antiguo señor de Chiva, y de su hijo, al Papa o al Rey de Francia, para que le concedan ciertas gracias, lo que evidencia la gran influencia del de Chiva en la Corte de Aragón y nos hace suponer que procedía de una familia poderosa o respetada de nuestra villa.
Pero, quizá, los documentos más interesantes son aquellos, datados entre 1388 y 1393, referentes a la misión de Fray Jaime, como embajador especial del Concejo General de Valencia en la Corte papal de Aviñón, para defender, ante el Papa, los intereses de la ciudad contra Fr. Nicolás Eymerich (o Aymerich y, en catalán: Nicolau Eimeric). El franciscano intentará que Clemente VII, revoque la bula de Gregorio XI, defendida por Eymerich, que condena las obras de otro fraile de su misma Orden, el filósofo Ramón Llull (el Doctor Inspiratus, Illuminatus el Arabicus Christianus ), ya que muchos de sus textos han sido malinterpretados. En Valencia, la doctrina lulista, un pensamiento místico y moral muy difundido en las universidades de la Corona de Aragón, tiene fieles partidarios; mientras que el catalán Eymerich, autor del Directorium Inquisitorum, por el contrario, es un personaje poco querido en la ciudad, por los excesos cometidos en su actividad como inquisidor general.
De este teólogo y canonista al que se enfrentó Fray Jaime es del que queremos hablar en esta ocasión, que fue, según Javier Sierra: “el mayor inquisidor de la historia”. Aymerich Nació en Gerona hacia 1320 y entró en el monasterio dominico local el 4 de agosto de 1334. Allí, durante el noviciado, fue instruido en teología por el fraile Dalamau Moner. Para completar sus estudios, se trasladará a Toulouse y luego a París, donde obtiene su doctorado en 1352. Luego volvió a Gerona, donde sustituyó a Dalamau Moner como profesor de teología.
En 1357, reemplazó a Nicolás Rosell como inquisidor general de Aragón y un año después de obtener el puesto, obtuvo el título honorífico de capellán de Su Santidad como reconocimiento por su diligencia persiguiendo herejes y blasfemos. Sin embargo su gran celo mostrado en esta tarea le granjeará muchos enemigos, incluyendo, como hemos dicho, Pedro IV de Aragón, por perseguir a los lulistas; de hecho, el rey intentará que se le retirara del puesto en 1360, cuando la Inquisición interrogó al espiritualista franciscano Nicolás de Calabria.
Otro ejemplo del desmedido desvelo de Aymerich será su sentencia al hebreo barcelonés Astruc Dapiera en 1370, acusado de brujería y condenado a arrepentimiento público en la catedral y luego a prisión perpetua. También ordenó atravesar la lengua de los blasfemos con un clavo y fue el primer inquisidor en saltarse la prohibición eclesiástica de torturar a un individuo dos veces, interpretando que se permitía sesiones distintas de tortura para cargos separados de herejía.
En 1362, Aymerich fue elegido vicario general de la Orden de Predicadores en Aragón, un nombramiento al que se opuso el sacerdote Bernardo Ermengaudi, respaldado políticamente por Pedro IV, entablando una larga disputa. El resultado fue la anulación de esta elección por parte del papa Urbano V, sobre la base de que el puesto de vicario general estaba en conflicto con el puesto de inquisidor general. Sin embargo, no confirmó a Ermengaudi como vicario general, optando por un tercero neutral: Jacopo Dominici.
La enemistad de Pedro IV hacia Aymerich se intensificó en 1366, cuando el monje comenzó a atacar póstumamente las obras de Ramon Llull y a acosar a sus seguidores, conocidos como lulistas, como hemos insinuado. Así, el rey le prohibió predicar en la ciudad de Barcelona, algo que el catalán desobedeció de forma escondida; además, seguidamente, apoyó la revuelta de la diócesis de Tarragona contra el monarca. El conflicto terminó cuando en 1376 el gobernador local tomó a doscientos caballeros y rodeó el monasterio dominico en el que residía el inquisidor que huyó a la corte papal de Gregorio XI, en Aviñón.
Durante su estancia en la ciudad de la Provenza, es cuando el polémico fraile completó el Directorium inquisitorum, una recopilación de textos anteriores, con pocas aportaciones suyas. En 1377 acompañará a Gregorio XI a Roma, donde permanecerá hasta la muerte del papa, en 1378. En el Cisma de Occidente que surgió tras la muerte del papa, Aymerich estuvo del lado del antipapa Clemente VII y volvió a Aviñón el año siguiente, donde entró en conflicto con Vicente Ferrer, porque creía que éste había empezado a simpatizar con el papa Urbano VI, el opositor de Clemente VII.
A su vuelta a Aragón, en 1381, descubrirá que, en su ausencia, Bernardo Ermengaudi había asumido las funciones de inquisidor general de la Corona. Entonces se negará a reconocer este nombramiento y en 1383, actuando como inquisidor general, notificará a los habitantes de Barcelona que había prohibido las obras de Ramon Llull. Furioso, Pedro IV ordenará que Aymerich fuera ahogado, pero la intercesión de la reina, Sibila de Fortiá, consiguió que se cambiara la sentencia a exilio permanente. Pero, de nuevo, el fraile ignorará la sentencia y permanecerá en el reino, en gran parte gracias al apoyo del hijo de Pedro, Juan I de Aragón que en 1387 heredará la corona y reconocerá la autoridad, de nuevo del dominico.
Influido por éste, al principio, Juan I favorecerá la represión de los lulistas, pero solo hasta 1388, cuando Aymerich decidió investigar a toda la ciudad de Valencia por herejía. Juan I intervino para liberar al secretario de la ciudad, que había sido encarcelado y pidió a la Iglesia que controlase la violencia del inquisidor y que las obras de Llull fuesen examinadas de nuevo. Así, ante las represalias del monarca, tuvo que buscar rebuscar refugio, dos años más tarde, de nuevo en Aviñón, donde permanecerá hasta la muerte de Juan I. Allí se dedicará a la defensa de la legitimidad de Clemente VII y permanecerá a su lado hasta la muerte del papa en 1394, apoyando por escrito al sucesor, el antipapa Benedicto XIII. Precisamente, en su Tractatus de potestate papali, defenderá la legitimidad de estos pontífices.
Tras el fallecimiento de Juan I en 1396, Aymerich retornó al monasterio dominico en Gerona, donde permaneció hasta su muerte el 4 de enero de 1399. Su epitafio lo describe como “praedicator veridicus, inquisitor intrepidus, doctus egregius”.
Aunque hemos mencionado su obra más importante, el Directorium inquisitorum, en el que define la brujería y describe las formas de descubrir a las brujas, nuestro protagonista escribió numerosos tratados y papeles sobre varios temas teológicos y filosóficos. Como hemos dicho, gran parte de esta obra, como de su vida, se dedicó a la oposición a los escritos de Ramon Llull. Gracias a ese trabajo, el papa Gregorio XI prohibió algunas de las obras del franciscano y publicó un decreto contra algunos de los postulados derivados de su obra. Entre estos trabajos antilulistas, podemos reseñar su su Tractatus contra doctrinam Raymundi Lulli dedicado a Clemente VII, en el que señala ciento treinta y cinco herejías y treinta y ocho errores en la teología de Llull; también su Dialogus contra Lullistas.
Por otra parte, el novelista italiano Valerio Evangelisti ha escrito diversas obras de ciencia ficción en la que aparece Aymerich como protagonista; además, es uno de los antagonistas de la novela La catedral del mar.
Curiosamente, otro Aymerich que aparece citado en famosos textos será un converso: Vidal Abnarrabí (de Ibn-Arabí, famoso médico musulmán) que, en 1492, en Gerona, según José Meir Estrugo (en su obra: Los sefardím), adoptó el apellido Aymerich, que pasaría a las juderías de Salónica y Esmirna.
Para finalizar este artículo y como anécdota, podemos decir que existen algunas variantes de este apellido, además de Eymerich o Eymeric, se puede encontrar, también, Emeric, Aimery o Eimeric; incluso en la portada de la edición de 1578 del Directorium inquisitor, que está en latín, el nombre aparece como Nicolai Eymerici (en genitivo; en nominativo sería Nicolaus Eymericus).
Aymerich es, todavía, un apellido de origen patronímico muy común y nos llama la atención, también, como, en Chiva, igualmente, llevaron algunos vecinos un sobrenombre similar: “Almerich”, del cual se conserva un topónimo muy familiar: El campico Almerich. Un apellido terminado en “ich”, como el que poseían algunos de los antiguos “cristianos nuevos” o “moriscos” de los que aparecen en las actas de los archivos parroquiales de nuestra población, de la primera década del siglo XVII, antes de su expulsión… Así pues, vista su visceralidad, tenacidad e intransigencia, nos podemos preguntar irónicamente: ¿No provendría este religioso de una familia conversa?… Lo cierto es que, si es verdad aquello de que un individuo se evalúa, se mide, por la altura de los rivales que elige, la talla de nuestro Fray Jaime, debió de ser muy elevada.
JCM
Centro de Estudios Chivanos (CECH)