Como muestra la imagen (que pertenece a una serie conocida), en los años treinta del pasado siglo, se demolió la más antigua de las iglesias que existieron en nuestra población: la de San Miguel.
En una piedra del edificio religioso que, parece ser, se conserva en una casa de nuestra villa, está tallada la fecha del final de su construcción: 1211; lo que indica que se trata de una antigua mezquita transformada en iglesia bajo la advocación del arcángel Miguel. No es casualidad que se consagre a este santo guerrero, pues es común dedicarle muchas ermitas y templos tras la conquista cristiana, sobre todo en los territorios fronterizos militarizados.
Podemos ver los restos de este templo, en la entrada al barrio de Bechinos, el casco antiguo de la población, en la cuesta de los molinos, en un terreno accidentado. Seguramente, su torre, además de ser un buen minarete y, posteriormente, campanario, tendría, al mismo tiempo, una función defensiva, protegiendo ese acceso meridional.
Este campanario, como podemos observar, era de planta cuadrada y tejado plano y con cuatro vanos en el cuerpo superior, más ligero, con arco de herradura y flanqueados por pilastras.
Además, como escribió Mora Yuste, en la revista Castillo, parece que era de una sola nave y tenía anexa una Casa Abadía, destinada en sus últimos años a escuela de párvulos; mientras que el solar resultante de la demolición de la Iglesia y de la torre se dedicó a patio de ese pequeño colegio. Fue en los años cuarenta cuando: «subastada por el Municipio para el derribo por unas miserables maderas, habían de dar como triste fin la desaparición total de la más antigua parroquia de nuestra población. Posteriormente, al practicar excavaciones para nuevos edificios, salieron dos o tres bóvedas de cañón paralelas entre sí, de unos diez o doce metros de longitud por dos de ancho. Junto con los escombros salieron restos humanos y algún objeto religioso de los enterrados allí. Lo que demuestra que existía un cementerio en la parte posterior del edificio».
Respecto a este tema de los enterramientos, ya nos hemos referido en otros artículos, mencionando los frecuentes entierros en este edificio, que nos han desvelado numerosos documentos, sobre todo notariales y del siglo XVIII.
Esta iglesia perdió protagonismo al construirse la nueva (1739-1781), de mayor tamaño y esplendor, dedicada a San Juan (aunque en un principio también se iba a dedicar a Miguel, como demuestran la presencia de los atributos simbólicos de éste en la fachada). Aunque, como señala Antonio Atienza, la Casa Abadía siguió utilizándose como tal, hasta que se sustituyó por la actual, en la calle Dr. Lanuza.
Este historiador, también refiere otros acontecimientos que se desarrollaron en este templo vitales para nuestra historia. Entre ellos, destaca el bautismo de los moriscos en 1526 o la estancia temporal de la Virgen del Castillo en 1679 para librar a la población de una terrible epidemia. Además, aquí se custodiaron las reliquias de los diecisiete santos mártires, traídas de Roma, en el siglo XVII, por los Moncada, como también hemos relatado en otras ocasiones; entre ellas, las de los santos Macario y Alejandro, patrones de la población.
Así mismo, en otros artículos, hemos detallado otros acontecimientos, como la celebración, en el mismo siglo, de los Concejos y asambleas municipales. Entre ellas, por ejemplo, las deliberaciones de los chivanos para iniciar el proceso de incorporación a la corona con el pleito contra la casa de Medinaceli, iniciado en 1761.
Pero, como hemos insinuado, pese a su significación y su historia, este edificio, que amenazaba ruina, se derribó (por cierto, otra de ellas, la del monumental convento de San Luis Obispo -convertida en teatro- se derribará, unos años después, en 1955). Sus piedras fueron empleadas, en gran parte, para construir ribazos o bancos de paseo. Algunas de ellas, de gran valor simbólico y sentimental, pero también económico, las podemos ver en algunos ribazos del Hondo; otras se enterraron en la Murta al urbanizarse ese espacio.
Una instantánea, pues, muy triste, la que traemos a nuestras páginas, en la que vemos desmoronarse las losas talladas de nuestro trascendental pasado y que refleja el histórico desprecio en nuestro pueblo por el legado material de nuestros mayores, por nuestra rica historia. No hay más que ver los restos desdeñados de esta iglesia, actualmente, como los del castillo, por ejemplo, para percibir que aquí, según parece, somos hijos del olvido y la indiferencia. Estamos condenados, parece, al extravío.
JCM
Fecha de publicación: 19/06/2022